Juan Manuel Villasuso, publicado en La República.
El Banco Central de Costa Rica está en la picota. En momentos en que el deterioro de la economía nacional exige una intervención enérgica y oportuna del ente responsable de la política monetaria y cambiaria, la institución soporta intensos dilemas conceptuales, sufre una merma en el apoyo empresarial y resiente agudas discrepancias con el Gobierno. Los padecimientos y tribulaciones del Central se manifiestan al menos en tres dimensiones: problemas de identidad, contradicciones de políticas y pérdida de credibilidad.
*Problema de Identidad. Los personeros del Banco están convencidos de que su único y exclusivo objetivo es la lucha contra la inflación. Lo denominan “inflation target” y señalan que otros fines como el crecimiento de la producción o la mejor distribución del ingreso no son de su incumbencia.
Para luchar contra la inflación exigen “independencia” total de las instancias oficiales, que el gobierno no se inmiscuya en sus determinaciones. Consideran que sus decisiones deben prevalecer sobre cualquier voluntad política.
Esta visión tecnocrática, ideologizada y restringida de las funciones de una entidad ejecutora de la política monetaria de un país, pierde validez cuando el principal problema no son los precios sino la destrucción de puestos de trabajo y la necesidad de estimular la inversión para crear nuevos empleos.
Al Banco Central le corresponde un importantísimo rol en el esfuerzo por la reactivación, pero no lo asumirá si los jerarcas continúan convencidos de que eso no les compete. Peligroso dilema de identidad en estos tiempos.
*Contradicciones políticas. Después de meses de silencio el Gobierno propuso el Plan Escudo. Entre los planteamientos concretos está la reducción de las tasas de interés. La formulación la hizo por la vía de los bancos comerciales del Estado, no del Central. La razón: la “independencia” del Banco, que no comparte ese criterio. El Gobierno define su enfoque pero las autoridades monetarias no la avalan. Mientras tanto, el desempleo aumenta y la economía se deteriora.
Estamos en la recesión más grave desde la Gran Depresión de los treinta. Los bancos centrales de todos las latitudes han reducido a casi a cero las tasas de interés. El Gobierno se orienta por ese camino de reducir el costo del dinero para reanimar la producción, pero el Banco Central, obsesionado por una inflación que ahora se abate a sí misma, no quiere hacerlo y manipula la tasa básica pasiva sin disminuirla. Preocupante contradicción entre el Gobierno y el Banco Central, que se extiende también al encaje legal.
*Pérdida de credibilidad. El Banco Central ha sido una de las instituciones con mayor credibilidad en los sectores empresariales del país: bastión de la estabilidad y paradigma de un modelo de apertura y liberalización. Pero las cosas parecen haber cambiado. Se escuchan fuertes críticas de las cámaras y en otros sectores, que piden revisión y modificación de las actuales políticas.
En materia cambiaria abunda el rechazo al régimen de bandas y se objetan las restricciones al crédito y la negativa a disminuir el encaje bancario para que aumente la liquidez. Tampoco se comparten los argumentos para mantener elevadas tasas de interés cuando la inflación se estima de un dígito. La realidad hace perder la fe en los dogmas.
¿Podrán superarse estos aprietos? Ojalá, porque tener en la picota al Banco Central durante una crisis económica como la que enfrentamos constituye el peor de los escenarios imaginables.
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