jueves, 10 de julio de 2008

"En la inflación, el origen importa"

Por Joseph E. Stiglitz PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2001

Los banqueros centrales del mundo son una cofradía propensa a las modas de turno. A comienzos de los 80, se enamoraron del monetarismo, una teoría económica simplista impulsada por Milton Friedman.

Cuando el monetarismo cayó en desgracia –con un costo tremendo para aquellos países que sucumbieron a su hechizo–, empezó la búsqueda de un nuevo mantra.

La respuesta vino en la forma de "meta inflacionaria": cuando el crecimiento de los precios supera el nivel de la meta, hay que aumentar las tasas de interés. Esta receta rudimentaria se basa en escasa teoría económica y evidencia empírica: no hay razón para suponer que independientemente de cuál sea el origen de la inflación, la mejor respuesta sea aumentar las tasas de interés.

Esperamos que la mayoría de los países tengan el buen criterio de no implementar la meta inflacionaria. Mis condolencias a los pobres ciudadanos de los países que la padecen. (Entre los países que oficialmente adoptaron la meta inflacionaria de una u otra manera, se encuentran: Israel, la República Checa, Polonia, Brasil, Chile, Colombia, Sudáfrica, Tailandia, Corea, México, Hungría, Perú, Filipinas, Eslovaquia, Indonesia, Rumania, Nueva Zelanda, Canadá, Gran Bretaña, Suecia, Australia, Islandia y Noruega).

Hoy, el sistema de poner metas a la inflación está a prueba, y seguramente fracasará. Los países en desarrollo poseen índices más altos de inflación no por tener peores macrogestiones, sino porque el precio de los alimentos y del petróleo está subiendo, y estos rubros representan una parte mucho mayor del presupuesto familiar promedio que en los países ricos. En China, por ejemplo, la inflación ronda el 8% o más. En Vietnam, es aún más alta y se estima que llegará al 18,2% este año, mientras que en India es del 5,8%.

Por el contrario, la inflación en Estados Unidos se mantiene en un 3%. ¿Eso significa que estos países en desarrollo deberían subir sus tasas de interés más que EE.UU.?

Importada

La inflación en esos países es, en su mayor parte, importada. Incrementar las tasas de interés no tendrá mucho impacto en el precio internacional de los granos o del combustible. De hecho, dada la magnitud de la economía estadounidense, si allí hubiese una desaceleración, posiblemente tendría un efecto mucho mayor en los precios mundiales del que tendría una desaceleración en cualquier país en desarrollo, lo que sugiere que, desde una perspectiva mundial, deberían elevarse las tasas de interés de EE.UU. y no las de los países en desarrollo.

En tanto los países en desarrollo se mantengan integrados a la economía mundial, y no adopten medidas para limitar el impacto de los precios internacionales en los precios internos, los precios locales del arroz y otros granos tarde o temprano van a subir considerablemente cuando suban los precios internacionales. Para buena parte del mundo en desarrollo, los altos precios del petróleo y de los alimentos representan una amenaza triple: los países importadores no sólo tienen que pagar más por los granos, también tienen que pagar más para traerlos a sus territorios y aún más para hacérselos llegar a consumidores que viven lejos de los puertos.

Aumentar las tasas de interés puede reducir la demanda agregada, lo que, a su vez, puede desacelerar la economía y mantener a raya los aumentos de precios de algunos bienes y servicios, especialmente de los no transables. Pero, a menos que se tomen a un nivel intolerable, estas medidas, por sí solas, no pueden hacer bajar la inflación a las metas estipuladas. Por ejemplo, aún si los precios internacionales de la energía y de los alimentos subiesen a un ritmo más moderado que hoy –por ejemplo, a un 20% anual–, y eso se viera reflejado en los precios locales, para llevar el índice inflacionario general a, digamos, un 3%, haría falta que otros precios tuvieran una caída muy pronunciada.

Esto, casi con total certeza, provocaría una desaceleración económica significativa y un alto nivel de desempleo. El remedio sería peor que la enfermedad.

¿Qué habría que hacer, entonces?

Primero, los políticos o los banqueros centrales no deberían ser acusados de importar inflación, como tampoco felicitados por la inflación baja cuando el contexto internacional es favorable. El ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Alan Greenspan, es responsable en buena medida del desbarajuste económico actual, ahora se admite. También se le suele atribuir la inflación baja que hubo durante su gestión. Pero lo cierto es que los Estados Unidos de los años de Greenspan se beneficiaron de un período de declinación de los precios de los commodities, así como de la deflación en China, que contribuyó a mantener bajo control los precios de los productos manufacturados.

En segundo lugar, debemos reconocer que los precios altos pueden causar mucho estrés, especialmente a las personas de menores ingresos. Los disturbios y las protestas en algunos países en desarrollo son la peor manifestación de esto.

Los partidarios de la liberalización del comercio han sido muy fervorosos en el elogio de sus ventajas, pero nunca fueron completamente francos respecto de los riesgos, contra los cuales los mercados nunca proveen un seguro adecuado. Hace veinticinco años demostré que, en condiciones plausibles, la liberalización del mercado podía empeorar la situación de todos nosotros. No estaba argumentando a favor del proteccionismo, sino advirtiendo que debemos ser conscientes de los riesgos y estar preparados para enfrentarlos.

Medidas de emergencia

En el caso de la agricultura, los países industrializados, como EE.UU. y los miembros de la Unión Europea, aíslan de esos riesgos tanto a los consumidores como al campo. Pero la mayoría de los países en desarrollo no cuentan con las estructuras institucionales, ni con los recursos, para hacer lo mismo. Muchos de ellos están imponiendo medidas de emergencia, como impuestos o vedas a las exportaciones, que ayudan a sus habitantes pero perjudican a los de los otros países.

Si queremos evitar una oposición aún más fuerte a la globalización, Occidente debe dar una respuesta rápida y categórica.

Los subsidios a los biocombustibles, que llevaron al campo a cambiar la producción de alimentos por la de energía, deben ser eliminados. Asimismo, algunos de los miles de millones de dólares que se gastan en subsidiar a los agricultores de Occidente deberían hoy destinarse a ayudar a los países en desarrollo más pobres, para que puedan satisfacer sus necesidades básicas de alimentos y energía.

Y, lo más importante: tanto los países desarrollados como los países en desarrollo deben abandonar la meta inflacionaria. Ya bastante tienen con pagar los precios cada vez más altos de los alimentos y de la energía. El enfriamiento de la economía y el aumento del desempleo que trae aparejados la meta inflacionaria no tendrán mucho impacto en la inflación: sólo harán más difícil la tarea de sobrevivir en estas condiciones.

(c) Project Syndicate. Traducción: Susana Manghi

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