Esta semana el Presidente del Banco Central demostró una vez más que su tiempo en el Banco Central se acabó, que sigue tomando decisiones desacertadas y que su confianza en el medio financiero está en su punto mínimo, para no decir que se agotó. Esta semana se dio una prueba más de las malas decisiones y del juego de "tiro al blanco" con el que se está manejando la política monetaria.
La decisión de esta semana es equivocada; por qué, porque la disminución del techo de la banda solo provocará que la presión sobre el límite superior se adelante, pues pudo esperarse hasta que el tipo de cambio llegara al techo anterior para poner al BCCR a vender sus reservas para defender las bandas. Ante la posibilidad de que alguien realice un ataque especulativo contra el BCCR, ese límite se tendrá que ajustar o en el peor de los casos eliminar, pasando de manera obligada y traumática a un sistema de flotación más libre.
Lo sucedido esta semana no es más que un juego especulativo, que si bien uno puede entender que existen presiones para que el tipo de cambio se eleve en el mediano plazo, esas presiones de mediano plazo no se expresan en dos días. Una situación similar se ha dado con el precio del petróleo, pues el nivel actual se ha alcanzado por la vía de la especulación financiera, aunque la tendencia de largo plazo del petróleo sea la de precios altos.
¿Qué se debió hacer? Es correcta la decisión de subir el piso, pues era importante acotar la banda, que se había hecho muy amplia. Pero el techo debió dejarse intacto, o inclusive ajustarlo hacia arriba. Eso daría espacio para expresar la tendencia de largo plazo del tipo de cambio.
Para eliminar el efecto especulativo, en principio el Banco Central debió evitar contener el tipo de cambio alrededor de los ¢521 y más bien haber permitido una leve devaluación a lo largo de las semanas, vendiendo dólares tal y como lo hizo, pero no conteniendo el precio del dólar. También se debería revisar el funciomiento de MONEX, pues existen cosas que no calzan bien, como por ejemplo las transacciones mínimas que tienden a ser de $1000, lo cual es muy poco para un mercado mayorista (una persona compra más que eso en un banco cuando piensa viajar).
Por último, debería tratar de ampliarse el número de participantes en MONEX y buscar medidas para reducir aquellas ventajas de invertir en dólares (incentivos tributarios inclusive), pues esto reduciría la demanda de divisas y con ello la presión de corto plazo sobre el tipo de cambio.
Parece que don "Guti" no estaba pensando en todo esto, anda perdido, una razón más para pedir sangre nueva en el Banco Central. El Tribuno sigue pensando en don Fernando Naranjo, un excelente candidato en esta coyuntura.
viernes, 18 de julio de 2008
jueves, 10 de julio de 2008
"En la inflación, el origen importa"
Por Joseph E. Stiglitz PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2001
Los banqueros centrales del mundo son una cofradía propensa a las modas de turno. A comienzos de los 80, se enamoraron del monetarismo, una teoría económica simplista impulsada por Milton Friedman.
Cuando el monetarismo cayó en desgracia –con un costo tremendo para aquellos países que sucumbieron a su hechizo–, empezó la búsqueda de un nuevo mantra.
La respuesta vino en la forma de "meta inflacionaria": cuando el crecimiento de los precios supera el nivel de la meta, hay que aumentar las tasas de interés. Esta receta rudimentaria se basa en escasa teoría económica y evidencia empírica: no hay razón para suponer que independientemente de cuál sea el origen de la inflación, la mejor respuesta sea aumentar las tasas de interés.
Esperamos que la mayoría de los países tengan el buen criterio de no implementar la meta inflacionaria. Mis condolencias a los pobres ciudadanos de los países que la padecen. (Entre los países que oficialmente adoptaron la meta inflacionaria de una u otra manera, se encuentran: Israel, la República Checa, Polonia, Brasil, Chile, Colombia, Sudáfrica, Tailandia, Corea, México, Hungría, Perú, Filipinas, Eslovaquia, Indonesia, Rumania, Nueva Zelanda, Canadá, Gran Bretaña, Suecia, Australia, Islandia y Noruega).
Hoy, el sistema de poner metas a la inflación está a prueba, y seguramente fracasará. Los países en desarrollo poseen índices más altos de inflación no por tener peores macrogestiones, sino porque el precio de los alimentos y del petróleo está subiendo, y estos rubros representan una parte mucho mayor del presupuesto familiar promedio que en los países ricos. En China, por ejemplo, la inflación ronda el 8% o más. En Vietnam, es aún más alta y se estima que llegará al 18,2% este año, mientras que en India es del 5,8%.
Por el contrario, la inflación en Estados Unidos se mantiene en un 3%. ¿Eso significa que estos países en desarrollo deberían subir sus tasas de interés más que EE.UU.?
Importada
La inflación en esos países es, en su mayor parte, importada. Incrementar las tasas de interés no tendrá mucho impacto en el precio internacional de los granos o del combustible. De hecho, dada la magnitud de la economía estadounidense, si allí hubiese una desaceleración, posiblemente tendría un efecto mucho mayor en los precios mundiales del que tendría una desaceleración en cualquier país en desarrollo, lo que sugiere que, desde una perspectiva mundial, deberían elevarse las tasas de interés de EE.UU. y no las de los países en desarrollo.
En tanto los países en desarrollo se mantengan integrados a la economía mundial, y no adopten medidas para limitar el impacto de los precios internacionales en los precios internos, los precios locales del arroz y otros granos tarde o temprano van a subir considerablemente cuando suban los precios internacionales. Para buena parte del mundo en desarrollo, los altos precios del petróleo y de los alimentos representan una amenaza triple: los países importadores no sólo tienen que pagar más por los granos, también tienen que pagar más para traerlos a sus territorios y aún más para hacérselos llegar a consumidores que viven lejos de los puertos.
Aumentar las tasas de interés puede reducir la demanda agregada, lo que, a su vez, puede desacelerar la economía y mantener a raya los aumentos de precios de algunos bienes y servicios, especialmente de los no transables. Pero, a menos que se tomen a un nivel intolerable, estas medidas, por sí solas, no pueden hacer bajar la inflación a las metas estipuladas. Por ejemplo, aún si los precios internacionales de la energía y de los alimentos subiesen a un ritmo más moderado que hoy –por ejemplo, a un 20% anual–, y eso se viera reflejado en los precios locales, para llevar el índice inflacionario general a, digamos, un 3%, haría falta que otros precios tuvieran una caída muy pronunciada.
Esto, casi con total certeza, provocaría una desaceleración económica significativa y un alto nivel de desempleo. El remedio sería peor que la enfermedad.
¿Qué habría que hacer, entonces?
Primero, los políticos o los banqueros centrales no deberían ser acusados de importar inflación, como tampoco felicitados por la inflación baja cuando el contexto internacional es favorable. El ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Alan Greenspan, es responsable en buena medida del desbarajuste económico actual, ahora se admite. También se le suele atribuir la inflación baja que hubo durante su gestión. Pero lo cierto es que los Estados Unidos de los años de Greenspan se beneficiaron de un período de declinación de los precios de los commodities, así como de la deflación en China, que contribuyó a mantener bajo control los precios de los productos manufacturados.
En segundo lugar, debemos reconocer que los precios altos pueden causar mucho estrés, especialmente a las personas de menores ingresos. Los disturbios y las protestas en algunos países en desarrollo son la peor manifestación de esto.
Los partidarios de la liberalización del comercio han sido muy fervorosos en el elogio de sus ventajas, pero nunca fueron completamente francos respecto de los riesgos, contra los cuales los mercados nunca proveen un seguro adecuado. Hace veinticinco años demostré que, en condiciones plausibles, la liberalización del mercado podía empeorar la situación de todos nosotros. No estaba argumentando a favor del proteccionismo, sino advirtiendo que debemos ser conscientes de los riesgos y estar preparados para enfrentarlos.
Medidas de emergencia
En el caso de la agricultura, los países industrializados, como EE.UU. y los miembros de la Unión Europea, aíslan de esos riesgos tanto a los consumidores como al campo. Pero la mayoría de los países en desarrollo no cuentan con las estructuras institucionales, ni con los recursos, para hacer lo mismo. Muchos de ellos están imponiendo medidas de emergencia, como impuestos o vedas a las exportaciones, que ayudan a sus habitantes pero perjudican a los de los otros países.
Si queremos evitar una oposición aún más fuerte a la globalización, Occidente debe dar una respuesta rápida y categórica.
Los subsidios a los biocombustibles, que llevaron al campo a cambiar la producción de alimentos por la de energía, deben ser eliminados. Asimismo, algunos de los miles de millones de dólares que se gastan en subsidiar a los agricultores de Occidente deberían hoy destinarse a ayudar a los países en desarrollo más pobres, para que puedan satisfacer sus necesidades básicas de alimentos y energía.
Y, lo más importante: tanto los países desarrollados como los países en desarrollo deben abandonar la meta inflacionaria. Ya bastante tienen con pagar los precios cada vez más altos de los alimentos y de la energía. El enfriamiento de la economía y el aumento del desempleo que trae aparejados la meta inflacionaria no tendrán mucho impacto en la inflación: sólo harán más difícil la tarea de sobrevivir en estas condiciones.
(c) Project Syndicate. Traducción: Susana Manghi
Los banqueros centrales del mundo son una cofradía propensa a las modas de turno. A comienzos de los 80, se enamoraron del monetarismo, una teoría económica simplista impulsada por Milton Friedman.
Cuando el monetarismo cayó en desgracia –con un costo tremendo para aquellos países que sucumbieron a su hechizo–, empezó la búsqueda de un nuevo mantra.
La respuesta vino en la forma de "meta inflacionaria": cuando el crecimiento de los precios supera el nivel de la meta, hay que aumentar las tasas de interés. Esta receta rudimentaria se basa en escasa teoría económica y evidencia empírica: no hay razón para suponer que independientemente de cuál sea el origen de la inflación, la mejor respuesta sea aumentar las tasas de interés.
Esperamos que la mayoría de los países tengan el buen criterio de no implementar la meta inflacionaria. Mis condolencias a los pobres ciudadanos de los países que la padecen. (Entre los países que oficialmente adoptaron la meta inflacionaria de una u otra manera, se encuentran: Israel, la República Checa, Polonia, Brasil, Chile, Colombia, Sudáfrica, Tailandia, Corea, México, Hungría, Perú, Filipinas, Eslovaquia, Indonesia, Rumania, Nueva Zelanda, Canadá, Gran Bretaña, Suecia, Australia, Islandia y Noruega).
Hoy, el sistema de poner metas a la inflación está a prueba, y seguramente fracasará. Los países en desarrollo poseen índices más altos de inflación no por tener peores macrogestiones, sino porque el precio de los alimentos y del petróleo está subiendo, y estos rubros representan una parte mucho mayor del presupuesto familiar promedio que en los países ricos. En China, por ejemplo, la inflación ronda el 8% o más. En Vietnam, es aún más alta y se estima que llegará al 18,2% este año, mientras que en India es del 5,8%.
Por el contrario, la inflación en Estados Unidos se mantiene en un 3%. ¿Eso significa que estos países en desarrollo deberían subir sus tasas de interés más que EE.UU.?
Importada
La inflación en esos países es, en su mayor parte, importada. Incrementar las tasas de interés no tendrá mucho impacto en el precio internacional de los granos o del combustible. De hecho, dada la magnitud de la economía estadounidense, si allí hubiese una desaceleración, posiblemente tendría un efecto mucho mayor en los precios mundiales del que tendría una desaceleración en cualquier país en desarrollo, lo que sugiere que, desde una perspectiva mundial, deberían elevarse las tasas de interés de EE.UU. y no las de los países en desarrollo.
En tanto los países en desarrollo se mantengan integrados a la economía mundial, y no adopten medidas para limitar el impacto de los precios internacionales en los precios internos, los precios locales del arroz y otros granos tarde o temprano van a subir considerablemente cuando suban los precios internacionales. Para buena parte del mundo en desarrollo, los altos precios del petróleo y de los alimentos representan una amenaza triple: los países importadores no sólo tienen que pagar más por los granos, también tienen que pagar más para traerlos a sus territorios y aún más para hacérselos llegar a consumidores que viven lejos de los puertos.
Aumentar las tasas de interés puede reducir la demanda agregada, lo que, a su vez, puede desacelerar la economía y mantener a raya los aumentos de precios de algunos bienes y servicios, especialmente de los no transables. Pero, a menos que se tomen a un nivel intolerable, estas medidas, por sí solas, no pueden hacer bajar la inflación a las metas estipuladas. Por ejemplo, aún si los precios internacionales de la energía y de los alimentos subiesen a un ritmo más moderado que hoy –por ejemplo, a un 20% anual–, y eso se viera reflejado en los precios locales, para llevar el índice inflacionario general a, digamos, un 3%, haría falta que otros precios tuvieran una caída muy pronunciada.
Esto, casi con total certeza, provocaría una desaceleración económica significativa y un alto nivel de desempleo. El remedio sería peor que la enfermedad.
¿Qué habría que hacer, entonces?
Primero, los políticos o los banqueros centrales no deberían ser acusados de importar inflación, como tampoco felicitados por la inflación baja cuando el contexto internacional es favorable. El ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Alan Greenspan, es responsable en buena medida del desbarajuste económico actual, ahora se admite. También se le suele atribuir la inflación baja que hubo durante su gestión. Pero lo cierto es que los Estados Unidos de los años de Greenspan se beneficiaron de un período de declinación de los precios de los commodities, así como de la deflación en China, que contribuyó a mantener bajo control los precios de los productos manufacturados.
En segundo lugar, debemos reconocer que los precios altos pueden causar mucho estrés, especialmente a las personas de menores ingresos. Los disturbios y las protestas en algunos países en desarrollo son la peor manifestación de esto.
Los partidarios de la liberalización del comercio han sido muy fervorosos en el elogio de sus ventajas, pero nunca fueron completamente francos respecto de los riesgos, contra los cuales los mercados nunca proveen un seguro adecuado. Hace veinticinco años demostré que, en condiciones plausibles, la liberalización del mercado podía empeorar la situación de todos nosotros. No estaba argumentando a favor del proteccionismo, sino advirtiendo que debemos ser conscientes de los riesgos y estar preparados para enfrentarlos.
Medidas de emergencia
En el caso de la agricultura, los países industrializados, como EE.UU. y los miembros de la Unión Europea, aíslan de esos riesgos tanto a los consumidores como al campo. Pero la mayoría de los países en desarrollo no cuentan con las estructuras institucionales, ni con los recursos, para hacer lo mismo. Muchos de ellos están imponiendo medidas de emergencia, como impuestos o vedas a las exportaciones, que ayudan a sus habitantes pero perjudican a los de los otros países.
Si queremos evitar una oposición aún más fuerte a la globalización, Occidente debe dar una respuesta rápida y categórica.
Los subsidios a los biocombustibles, que llevaron al campo a cambiar la producción de alimentos por la de energía, deben ser eliminados. Asimismo, algunos de los miles de millones de dólares que se gastan en subsidiar a los agricultores de Occidente deberían hoy destinarse a ayudar a los países en desarrollo más pobres, para que puedan satisfacer sus necesidades básicas de alimentos y energía.
Y, lo más importante: tanto los países desarrollados como los países en desarrollo deben abandonar la meta inflacionaria. Ya bastante tienen con pagar los precios cada vez más altos de los alimentos y de la energía. El enfriamiento de la economía y el aumento del desempleo que trae aparejados la meta inflacionaria no tendrán mucho impacto en la inflación: sólo harán más difícil la tarea de sobrevivir en estas condiciones.
(c) Project Syndicate. Traducción: Susana Manghi
martes, 1 de julio de 2008
Transporte eficiente
Esta crisis de precios de petróleo es particularmentemente diferente, porque, como dice don Juan Manuel Villasuso en su columna de La República el día de hoy, no es una crisis coyuntural, sino un problema estructural. Como problema estructural, o sea, que tiene el potencial de afectar los fundamentos de la economía y la estructura productiva, debe provocar un cambio de patrón de consumo de la población y de técnicas de producción.
Este cambio estructural en razón de una crisis energética da para muchos temas, pero me concentraré en uno particular en esta ocasión: el transporte y movilización de personas entre ciudades.
Luego del mortal pecado por el cierre del tren, Costa Rica no ha podido configurar un sistema de transporte público eficiente, que maximice la movilización de personas, con costos bajos y con el mayor nivel de orden y eficiencia. El transporte de personas es un caos, las líneas de buses están concentradas en San José, que se convirtió en una "mega terminal de buses", no se aplica el concepto de complementariedad y de transbordo entre las distintas líneas, y, para hacer más problemática la situación, la flotilla vehícular ha crecido muchísimo en un país donde la gente se ha acostumbrado a viajar sola en su vehículo.
Tenemos calles tan angostas como en Europa, pero costumbres gringas en el uso de vehículos.
Solución:
1. Hay que poner a funcionar el tren a la mayor brevedad posible, no podemos esperar hasta que a alguien se le ocurra poner a funcionar la concesión del tren metropolitano.
2. El transporte público dentro de la ciudad debe ser un servicio público en todo el sentido de la palabra, de propiedad pública. Así como se hace en las grandes ciudades europeas, la gente con un mismo "ticket" podría conectar con varias líneas de buses intraurbanos. En este caso no se maximiza el beneficio de la empresa, sino se maximiza la movilización de la gente y la utilidad del servicio para el usuario. Hay que dejar de lado dogmas sobre los servicios públicos.
3. Si el transporte público intraurbano fuese de propiedad pública (podría ser de propiedad de los gobiernos locales como en España), se podría complementar con el tren y minimizar el costo del servicio para la gente, posibilitando hacer transbordos del tren al bus y viceversa.
4. Los buses intraurbanos deben ser amplios, con pocos asientos, con piso bajo (casi al nivel de las aceras) y sin grandes rampas. Esto facilitaría la movilización de personas y evitaría los inconvenientes para las personas con discapacidad, pues todos los buses estarían acondicionados para este tipo de usuario. Aquí pueden ver un tipo de este bus, usado en Italia: http://www.bredamenarinibus.it/prodotti/prodotto_dettaglio.php?id=3
Para todo esto hay que apostar recursos públicos, hacer fuertes inversiones y rescatar de las cenizas al INCOFER. Esto indudablemente reduciría el uso de vehículos, movilizaría una mayor cantidad de personas de forma eficiente y disminuiría la factura petrolera que paga el país.
Este cambio estructural en razón de una crisis energética da para muchos temas, pero me concentraré en uno particular en esta ocasión: el transporte y movilización de personas entre ciudades.
Luego del mortal pecado por el cierre del tren, Costa Rica no ha podido configurar un sistema de transporte público eficiente, que maximice la movilización de personas, con costos bajos y con el mayor nivel de orden y eficiencia. El transporte de personas es un caos, las líneas de buses están concentradas en San José, que se convirtió en una "mega terminal de buses", no se aplica el concepto de complementariedad y de transbordo entre las distintas líneas, y, para hacer más problemática la situación, la flotilla vehícular ha crecido muchísimo en un país donde la gente se ha acostumbrado a viajar sola en su vehículo.
Tenemos calles tan angostas como en Europa, pero costumbres gringas en el uso de vehículos.
Solución:
1. Hay que poner a funcionar el tren a la mayor brevedad posible, no podemos esperar hasta que a alguien se le ocurra poner a funcionar la concesión del tren metropolitano.
2. El transporte público dentro de la ciudad debe ser un servicio público en todo el sentido de la palabra, de propiedad pública. Así como se hace en las grandes ciudades europeas, la gente con un mismo "ticket" podría conectar con varias líneas de buses intraurbanos. En este caso no se maximiza el beneficio de la empresa, sino se maximiza la movilización de la gente y la utilidad del servicio para el usuario. Hay que dejar de lado dogmas sobre los servicios públicos.
3. Si el transporte público intraurbano fuese de propiedad pública (podría ser de propiedad de los gobiernos locales como en España), se podría complementar con el tren y minimizar el costo del servicio para la gente, posibilitando hacer transbordos del tren al bus y viceversa.
4. Los buses intraurbanos deben ser amplios, con pocos asientos, con piso bajo (casi al nivel de las aceras) y sin grandes rampas. Esto facilitaría la movilización de personas y evitaría los inconvenientes para las personas con discapacidad, pues todos los buses estarían acondicionados para este tipo de usuario. Aquí pueden ver un tipo de este bus, usado en Italia: http://www.bredamenarinibus.it/prodotti/prodotto_dettaglio.php?id=3
Para todo esto hay que apostar recursos públicos, hacer fuertes inversiones y rescatar de las cenizas al INCOFER. Esto indudablemente reduciría el uso de vehículos, movilizaría una mayor cantidad de personas de forma eficiente y disminuiría la factura petrolera que paga el país.
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